Junto al ficus de la Plaza de Santo Domingo

Esta semana traigo una historia ambientada en Murcia, lugar al que amo profundamente por todo lo que he pasado allí. Nunca, en ningún sitio, me he sentido más querida y feliz que cuando he vivido en esa tierra fértil junto al mar. Por eso escribí este relato corto pensando en las calles de la capital, recordando los rincones que más me gustaron. Espero que lo disfrutéis 🙂


Hacía unos diez minutos que pasaban de las ocho. El sol ya se ocultaba mientras el calor cesaba, cosa muy de agradecer en Murcia. Yo estaba allí esperando a Diana, junto al ficus en la Plaza de Santo Domingo, desde hacía veinte minutos. A esas alturas no sabía si marcharme o seguir ahí como un pelele. Me pareció oír a unos señores sentados en el banco de al lado comentar que seguramente la chica me había dado plantón. Pero entonces Diana me escribió para decirme que ya estaba llegando y que sentía mucho la tardanza. “Bueno” pensé “al menos no ha usado la excusa del tráfico, que vive a quince minutos andando”.

A ella la conocí en la universidad. Yo venía de Madrid, pero me concedieron una beca Séneca y decidí probar en Murcia. Necesitaba un cambio de aires porque la Complutense no terminaba de cumplir mis expectativas. Pasada la primera semana, me sentí muy a gusto con mis compañeros de piso y en clase. Allí no era como en Madrid, muchos jóvenes venían de pueblos de toda la región y tenían que buscarse alojamiento en la ciudad, por lo que me empapé de todas las costumbres murcianas. Volviendo a cómo conocí a Diana, fue uno de los primeros días. Ella no vino a la presentación porque estaba de mudanza y no fue hasta el almuerzo del día siguiente que me la encontré en la cantina. Yo iba de nuevo e independiente por la vida cuando me senté a su lado y ella empezó a hablarme como si nada. La verdad es que pasé un poco, porque en Madrid no solemos cruzarnos la palabra con gente desconocida, aunque sea en la cantina. Luego descubrí que eso allí era normal, y que los murcianos era gente cercana. Cuando derribó mis barreras de urbanita, sólo podía ver esos grandes ojos verdes que me miraban. Realmente, no era un bellezón, pero tenía algo. Yo creo que era su personalidad la que al final consiguió cautivarme.

Y allí estábamos, debajo de ese ficus todopoderoso que ofrecía su sombra a la plaza.
No sé hasta qué punto a ella le gustaba. La saludé y me fijé que estaba colorada y con la frente perlada de sudor.
– ¿A dónde vamos? – me preguntó –. Podríamos ir a un bar que conozco que está bien. Así nos tomamos una cervecica fresca que tengo mucha calor.
Andamos un buen rato, no sabría decir por dónde porque callejeamos, hasta que llegamos a un bar algo escondido. Nos sentamos y pedimos dos tercios con una racioncita.
– Oye, Miguel, no sé si te molesta que luego vengan unos amigos. Es que habíamos pensado ir de bares y así vas conociendo un poco la noche murciana. Me ha dicho Juan que él se viene ahora dentro de un rato.
Genial” pensé, “¿no ha pensado que tres son multitud? Vaya morro”. Estaba considerando muy seriamente que estuviese en la “friend zone”. De un trago me bebí el tercio a ver si se me enfriaban un poco las palabras que acababa de oír.
– ¡Muchacho, que te vas a ahogar!
Ya daba un poco igual, definitivamente, ningún tercio me iba a consolar sin parecer un alcohólico. Al poco rato vino Juan con un colega con una guitarra y unos bongos respectivamente. No me caían mal sus amigos, ya los había visto otras veces, pero es que Diana y Juan se traían un rollo muy raro. Mi intuición me decía que habían sido algo antes. Nos saludaron y se sentaron. El colega, que se llamaba Vicente, a mi lado y Juan con mi acompañante.
En general, los amigos de Diana eran muy hippies, con sus rastas, su hierba, camisetas de grupos punk y pantalones anchos y desgastados.
– Hemos estado el Vicente y yo esta tarde componiendo unas cosicas. ¿Queréis oírlo?
– Pues claro, tonto – le dijo mi amiga. Yo estuve por decir que no me apetecía, pero iba a ser un poco borde. Entonces cuando iba a venir el camarero para tomar nota a los recién llegados, los bongos comenzaron a sonar.


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